La vida musical |
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La musica cubana por el mundo |
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"El son cubano"
La historia, los movimientos y los secretos de un ritmo musical plenamente identificado con la isla caribeña.
Se sabe que en Cuba se puede vivir tres experiencias memorables y sensuales. Beber ron, fumar un puro que humea y huele como en ningún otro lugar del mundo y, desde ya, bailar, escuchar y disfrutar del son. Sin bien puede privarse del ron y del puro, le resulta imposible sustraerse al ritmo, dejar de imitar esa cadencia, resistir la tentación de repetir esos versos cantarinos y pegadizos del son.
Lo que por supuesto El Viajero Ilustrado evita mencionar es ese genérico for export llamado salsa. Ante este barbarismo, los cubanos, que casi nunca se enojan, suelen responder: "Pero no, chico, la salsa es pa' lo fideos". Es que el son, como bien sabe, es un ritmo antiguo, diferente y único, nacido de la confluencia de dos culturas. Por un lado, los descendientes de los negros llegados de más de cien tribus del Africa que aportaron toda su vitalidad y sus creativos instrumentos de percusión y, por otro lado, las cuerdas españolas. También el aspecto vocal del son resume un sincretismo apoyado en la décima española y el canto antifonal entre coro y solista de origen africano. Ambos elementos aportaron la melodía a un ritmo original, parecido a pocos, y que sería el prolífico padre de otros ritmos que gran parte del mundo, por cierto no , mete en la bolsa de esa mezcla llamada salsa.
La historia del son, como todas las historias populares que se pierden en las brumas de los tiempos, es rica y atractiva, pero El Viajero prefiere buscar las razones en el sensual paisaje de los cuerpos: en ese ballet espontáneo y burbujeante que dibujan las cubanas al caminar, en ese particular vibrar de sus caderas que parecen repetir la infinita cadencia del mar; ese movimiento continuo que exuda las eternas fragancias del Caribe, de sus aguas y espumas, y que, con sus cabelleras, mecen las palmeras e imitan a un viento manso y tibio. Y también los cubanos, con sus gestos ampulosos y amables. Con sus bocas sonrientes y esos brazos de ébano húmedo. Y con sus renegridos ojos que prometen ilusiones hasta donde no las hay. Y desde ya, de esos niños, oscuros y movedizos. Puro mimbre y canela.
Oriundo de la región oriental de la isla, especialmente de Santiago de Cuba y las serranías, el son se popularizó en las fiestas del carnaval a fines del siglo XVIII. Sus primeros intérpretes se acompañaban por un instrumento muy elemental compuesto por una caja pequeña de madera y tres cuerdas dobles. Ese instrumento, llamado precisamente tres, se convertiría en el símbolo del son.
Como la estructura musical del son se basaba en la repetición constante de un estribillo de cuatro compases que se canta a coro; este estribillo recibe el nombre de "montuno" y funciona en contrapunto de una improvisación de un cantante solista. Es decir, una suerte de diálogo donde el coro canta, por ejemplo, "Vota la muleta y el bastón y podrás bailar el son...!" y el solista replica: "Hace tiempo que vivía / postergado en un sillón / hace tiempo que vivía / postergado en un sillón / y hoy corro la población... / Más rápido que un tranvía..." En ese momento El Viajero sabe que debe sumarse al "Vota la muleta y el bastón y podrás bailar el son...", con la mayor gracia posible.
Cuando ve bailar el son, El Viajero comprende por qué durante mucho tiempo esta danza estuvo prohibida por "lasciva e indecente". Los cuerpos pegados, las piernas entrelazadas, ese movimiento, en el que la mujer contonea la cadera y el hombre hace gala de su destreza física y de su elasticidad suelen inhibirlo. Pero sabe que en la vida vale más el coraje que la estética y puede intentarlo mirando a los que saben. Así comprende que el secreto está en mover los hombros, la cintura y la pelvis en tiempos y ritmos diferentes sin perder la gracia… ni a la compañera.
Entre los próceres del son, El Viajero reconoce al tradicional Septeto Nacional, de Ignacio Piñeiro, que supo darle forma musical a estos ritmos populares y lo difundió por gran parte del mundo en las primeras décadas del siglo XX. De los años 30 es el popular tema "El Manicero", que aún genera los trencitos en cumpleaños y casamientos. Y también reconoce el valioso aporte de Benny Moré, que en la década del 50 inundó las disquerías con esos discos duros y pesados ilustrados graciosamente con mulatas de vestidos pletóricos de volados.
Si bien el son es oriundo de Cuba, entre sus vecinos hay ritmos auténticamente caribeños, casi primos hermanos, como la plena en Puerto Rico, el merengue en Santo Domingo y el más popular baile de Panamá: el tamborito. Es más, en la misma Cuba florecen expresiones soneras de sabor local, como por ejemplo el son habanero en la propia La Habana, el sucu-sucu en Isla de Pinos, el changuí en Guantánamo, el nengón del Cauto en la zona centro—oriental. Y otras expresiones de ritmos y letras juguetonas como la popular guaracha o el songo, que mezcla elementos del son y de la rumba.
El gran cantante y compositor Ignacio Piñeiro solía cantar: "El son es lo más sublime para el alma divertir / se debiera de morir quien por bueno no lo estime." Como El Viajero ama la vida y respeta y comprende las identidades, cuando habla de son, sabe a qué se refiere. Y cuando habla de salsa, piensa en espaguetis.
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